martes, 9 de enero de 2018

Urgencias hospitalarias: esto se hunde

Tengo 42 años, soy médico desde hace 19 y trabajo en urgencias hospitalarias desde hace 17. Adoro mi trabajo, me encanta curar, me gusta la gente, no me imagino dedicándome a otra cosa. Ayer fue lunes y tuve guardia. Hoy me duelen las piernas pero sobre todo me duele el alma y por momentos creo que no voy a poder más. A las ocho de la mañana terminé mi guardia firmando un certificado de defunción y llevo todo el día con un nudo en la garganta. No sé si gritar o llorar. Probablemente ambos.

No estoy triste por mi última paciente; tenía 98 años y murió tranquila, acompañada por su familia y en la intimidad de un box. Habría sido mejor que pudiera haber muerto en su cama, pero estoy satisfecha con la atención que le dimos. Y creo que su familia también. Yo en realidad estoy triste por los casi 30 pacientes que se quedaban en urgencias pendientes de cama y por todos los que se les habrán ido añadiendo a lo largo del día de hoy.


Estoy triste por todos esos pacientes que me recibieron ayer con una sonrisa y un gracias después de esperar 7 horas a ser atendidos. También por todos aquellos que necesitaban una camilla y no podíamos dársela y por esos otros afortunados que sí la tenían, pero se iban a pasar sobre sus 10 cms de colchoneta de espuma las próximas 24 horas. Estoy triste porque me siento como un hámster corriendo en una rueda sin fin sin llegar nunca a un destino.

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